Importancia del Lenguaje
LA IMPORTANCIA DEL LENGUAJE
Por ejemplo, en el ámbito médico la terminología que se utiliza suele ser apropiada, hablando sobre personas que tienen y padecen una enfermedad. Resultaría muy raro escuchar “Pedro es infectado" en lugar de “Pedro tiene una infección”. Sin embargo, no resulta difícil escuchar tanto en nuestra cotidianeidad como en los medios de comunicación términos como “discapacitados”; no nos damos cuenta que al decir “discapacitados”, estamos englobando la identidad de la persona en su discapacidad. En su lugar, se debería utilizar “personas con discapacidad/diversidad funcional”, ya que de esta manera nos permite resaltar a la persona antes que a su discapacidad.
De la misma forma, y en ocasiones casi sin darnos cuenta, es común utilizar terminología como “es un vago, un rebelde o un llorica”. Cuando decimos que algo “es” y no “está”, no estamos diferenciando entre conducta e identidad. Lo mismo ocurre cuando hablamos de determinadas problemáticas o trastornos, dista mucho decir “es anoréxica” a “tiene anorexia”. De esta manera, al igual que en ejemplo anterior, le estamos dando mucha entidad a esos términos en el autoconcepto de la persona; y, a su vez, estamos perpetuando esos comportamientos en el tiempo, ya que el “ser” tiende a mantenerse estable, mientras que el “estar” es cambiante.
Por otro lado, la importancia del lenguaje también reside en la concordancia entre el verbal y el no verbal. Cuando damos una instrucción a los niños para que hagan algo o dejen de hacerlo, es relevante mantener tanto el contacto visual como una buena postura corporal, dejar lo que nos ocupaba en dicho momento y, sobre todo, orientarnos hacia ellos para decírselo, acompañando la cara, gestos, etc. con el mensaje que queremos trasmitir.
Asimismo, tenemos que tener cuidado con el uso de las ironías y los dobles sentidos cuando todavía nuestros hijos no son capaces de entenderlos. Por ejemplo, podemos decirle “no me des un beso, ¡eh!, no quiero que me des un beso”, para que el niño venga, nos dé un beso, y le reforcemos con risas, aplausos y más besos. Ahora bien, si nos imaginamos la situación en la que el niño ha cogido el plato lleno de comida y le decimos “no tires el plato, ¡eh!, no quiero que tires el plato al suelo”, lo que puede ocurrir después es que tire el plato y venga el consecuente de regaños, caras de enfado, etc. Por lo que aunque hablar de la primera manera forma parte de nuestro día a día, tenemos que ser cautos con el uso del lenguaje si luego no queremos que se repitan ciertas conductas en los niños.

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